Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XXVI. Valdestillas, Castilla y León




Las mañanas en un mundo lleno de zombis eran muy silenciosas. A medida que los muertos acababan con los vivos, la naturaleza ganaba terreno y ocupaba el lugar que le correspondía. En menos de tres meses, las ciudades, las carreteras, las vías de tren, los edificios... todo había sido invadido por la naturaleza. Por ahora eran poco más que briznas de hierba y maleza, pero con el paso del tiempo, si nadie lo impedía, el mundo moderno se convertiría irremediablemente en un vergel. Pocas cosas rompían la quietud de este mundo dominado por la naturaleza y los zombis. Ocasionales disparos, ruidos de animales... O una locomotora Renfe de la serie 333 en pleno camino hacia el norte de España.

Vicente, con renovadas fuerzas tras su siesta de unas horas, conducía a unos cuarenta y cinco kilómetros por hora por una de las principales vías férreas del país. Ajeno al drama de Olmedo, había arrancado su locomotora y seguido su camino. Ahora, viajaba con lento pero firme avance hacia su siguiente punto crítico: Valladolid. Aunque era inevitable atravesarlos, los grandes núcleos urbanos le ponían nervioso. Había pasado suficiente tiempo en el mayor núcleo de la península y no necesitaba más. Además, si en algún sitio podría haber problemas en las vía u obstrucciones, era cerca de las grandes ciudades. Con esto en la mente, la locomotora fue acercándose al término municipal de Valdestillas. Vicente no conocía el pueblo, y no tenía intención de hacer turismo. Pasaría cerca como ya había pasado cerca de muchos otros y seguiría su camino. Pero algo llamó su atención a lo lejos. Algo grande que estaba en plena vía férrea.

La locomotora fue aminorando la marcha poco a poco mientras, Vicente, en su interior, entornaba los ojos para intentar discernir lo que que bloqueaba su camino. Paró a unos doscientos metros y salió al exterior con los prismáticos. Le sorprendió el frío matutino, por lo que tuvo que entrar a por una manta para cubrirse. Lo último que quería era coger un resfriado e ir atrayendo zombis a base de estornudos. Mientras cogía la manta, se recordó a sí mismo que lo peor del invierno llegaría en pocos días y debería pensar en algo. Pero por ahora, se centraría en el misterioso objeto de las vías. Salió al exterior y miró a través de los prismáticos.

El aumento de los catalejos le mostró la naturaleza del bulto: un camión volcado que ocupaba gran parte de la vía. Parecía haber caído desde un puente que estaba por encima del ferrocarril y que tenía los quitamiedos reventados hacia el exterior.

La estampa no podía ser más desalentadora. El camino estaba bloqueado y tendría que bajarse del tren para estudiar la zona. Por suerte, el camión no parecía ser demasiado grande, y seguramente la locomotora sería capaz de apartarlo. Tras acercarse a menos de veinte metros, Vicente abrió la puerta de la cabina y salió al exterior. Una vez más, el intenso frío que le recibió le hizo consciente de que estaba a pocos días de la entrada de la estación invernal. Se cerró el cuello del abrigo para resguardarse del frío viento y cerró la puerta tras de sí. Antes de bajar, echó un vistazo al rededor del tren para ver si había muertos cerca. Al no haber signos de de zombis, se armó de valor y, tras días en la seguridad del tren, tocó tierra firme. 

Las vías del tren estaban enclavadas entre dos terraplenes que elevaban el terreno unos cuatro metros a ambos lados. El espacio que quedaba para las vías resultaba cerrado, oscuro y amenazador. Vicente comenzó a andar hacia el camión con un pie siempre preparado para salir huyendo en la dirección opuesta, hacia la seguridad del tren. Según iba acercándose al vehículo, se dio cuenta de que lo conocía. Reconocía la marca del camión y la publicidad del costado. Lo vio salir de Madrid arrasando con todo el mismo día que su vieja locomotora le jugaba una mala pasada con el motor de arranque. Aquel día, Vicente pensó que el conductor estaba loco por andar de esa manera con un camión tan grande y, a la vista de cómo terminó, no le faltaba razón. Solo esperaba que el conductor hubiera salido mejor parado que el vehículo. Llegó a la cabina y pasó los dedos por unos agujeros de bala que había en uno de los costados. Junto al camión, pudriéndose lentamente al sol, había varios zombis con agujeros de balas en el cráneo. Tras comprobar que no había ningún muertos más por la zona, se asomó a través del parabrisas. El interior era una locura de restos de comida, ropa y útiles varios. El golpe debió ser tremendo, pero por suerte no había ni rastro del conductor; ni cuerpo, ni sangre. Tras unos segundos mirando a través del cristal, su mirada cayó en algo largo y metálico que estaba tirado en una esquina del techo del camión. Parecía un arma, o algo contundente, y le podía venir muy bien en el futuro. Indeciso, Vicente se armó con todo el valor que pudo y, evitando el impulso de huir de allí y refugiarse en el tren, entró en la cabina del camión.

Agachado, dentro de la cabina, pisando con cuidado y con miedo de que un muerto le esperase con las fauces abiertas, Vicente localizó lo que le había llamado la atención desde fuera y lo cogió. Resultó ser un premio gordo: una escopeta semiautomática de las que usaban los policías en otros tiempos, negra y reluciente. Miro en derredor y no tardó en localizar una caja de cartuchos. De un simple vistazo pudo observar que habría unos cuarenta cartuchos. Estaba de enhorabuena. Por precaución introdujo un par de cartuchos en la recámara y siguió buscando con la confianza reforzada por el magnífico hallazgo. 

Salió de la cabina del camión con una mochila llena de ropa, una brújula, una gorra de la policía puesta y, por supuesto, la escopeta, que sujetaba con ambas manos. Por primera vez en días, se dibujó una sonrisa en la cara de Vicente. El camión no supondría mayor problema para la locomotora y además había conseguido un buen botín. Giró sobre el camión para encaminarse hacia la locomotora y su sonrisa se congeló. Junto al tren, de pie, y mirándole fijamente, aguardaba un zombi que, al ver al mecánico, comenzó a avanzar hacia él. Vicente, aterrado, pensó en intentar evadir al zombi para subir al tren, donde dejaría de ser una amenaza, pero luego su vista se posó en el arma que sujetaba y pensó que sería una buena oportunidad de probar su recién adquirida escopeta. Se acercó unos pasos y con manos temblorosas, levantó el arma y apuntó hacia el muerto. Cuando este estaba a unos tres metros, apretó el gatillo, pero no ocurrió nada. Volvió a probar con el muerto más cerca y de nuevo, nada. Comenzó a recular mientras el zombi seguía acercándose y, tras unos segundos interminables, quitó el seguro, cargó el arma y disparó. Donde antes el zombi tenía un hombro, de pronto apareció un agujero sanguinolento. El muerto dio unos pasos hacia atrás y volvió a avanzar. Vicente cargó de nuevo el arma y, antes de que el cartucho vacío que salió de la recámara tocara el suelo, disparó por segunda vez. Entonces sí, la parte superior de la cabeza del muerto se volatilizó y cayó al suelo. Maravillado por la potencia del arma y aun temblando por los segundos de terror, corrió a la cabina.

Dejó el arma junto a su asiento y encendió la locomotora. Tras apartar cuidadosamente el camión de la vía, aceleró hasta los treinta y cinco kilómetros por hora y dejó atrás la zona, esperando que el zombi que acababa de rematar no fuera el conductor del camión.

5 comentarios:

  1. Jona.
    Estuvo genial me mantuvo en mucho suspenso, más en la parte cuando se enfrenta con el zombie, que bueno que publicó nuevamente ya temia que no volviese a publicar.
    10 como siempre en sus publicaciones.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, me anima mucho a seguir escribiendo. En unos días publicaré un nuevo capítulo.

      Un abrazo!

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  2. Buenisimo, estube un buen rato distraido con la mente en otra parte me hacia falta, yo tambien tengo un blog, lo actualizo a diario, con las mejores noticias en tecnologia, te gustaria afiliarnos? http://ultimainf.blogspot.com

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