Introducción

Este blog nace desde el más profundo fanatismo hacia el género zombie. Con él quiero intentar dar respuesta a una pregunta que me formulo siempre que leo, veo o juego a una historia relacionada con el Apocalipsis Zombi: ¿Qué es de todas las personas que se esconden en sus casas? Es decir, el protagonista huye, muere, lucha o incluso encuentra el amor, pero ¿Y todas las personas que le ven pasar en su coche, huyendo de las hordas de muertos, desde sus casas? Atrapados. Sin saber qué hacer. Preguntándose si ellos también deberían salir e intentar llegar a alguna parte, o deberían quedarse en casa esperando una ayuda que cada vez parece menos probable, mientras los suministros se agotan. Llega un momento en el que hay que decidir.

En este blog, por lo tanto, no encontrarás un héroe. Habrá muchos héroes anónimos. Que consigan su propósito y se salven o que mueran devorados. En este blog el protagonista no es una persona. El protagonista es el Apocalipsis Zombi. El Tiempo de los Muertos ha comenzado.

XX. San Sebastián de los Reyes, Comunidad de Madrid.



Saúl vio la explosión mientras volaba a unos trescientos metros sobre la capital. La explosión borró de un plumazo sus aspiraciones de llegar a la Base Juan Carlos I.

El piloto había despegado del aeródromo de La Juliana, en la provincia de Sevilla, hacía menos de tres horas, con la intención de llegar a la base militar que prometía la débil señal de radio que llegaba a su escuela de paracaidismo. Tras preparar el avión que normalmente usaba para los saltos de sus alumnos, despegó dejando atrás los restos de su pueblo natal, ahora invadido por muertos y a su familia, a la que había perdido a lo largo del apocalipsis. Ahora sobrevolaba Madrid mientras veía cómo una enorme bola de fuego engullía sus única esperanzas de que todo volviera a la normalidad.

El apocalipsis llego al pueblo de Almensilla como en el resto del mundo: de manera abrupta y en lo que parecía que iba a ser un día normal y corriente. El primer caso llegó al pueblo, de unos cinco mil habitantes, en una ambulancia del ambulatorio local. Se trataba de un caso que, en un primer momento, no se conectó con la rara epidemia que parecía asolar el norte de África. Al fin y al cabo, las noticias sobre casos de canibalismo que llegaban del continente africano no sorprendían a nadie, cosas peores se habían hecho en tiempos de guerra entre hutus y tutsis. De modo que el paciente, que había sido mordido en una playa no muy lejos del Parque Nacional de Doñana, a unos cuarenta kilómetros, fue ingresado sin ningún tipo de medida especial. Unas horas más tarde, el doctor Iván descubría en Madrid la enfermedad que amenazaba con acabar con la raza humana.

Saúl siguió observando lo que quedaba de Madrid mientras pensaba en sus posibilidades. Su plan original era saltar en paracaídas directamente en el Retiro, para evitar atravesar la ciudad de Madrid, pero ahora ese plan carecía de sentido. Tenía que buscar otra alternativa, pues el combustible no duraría para siempre.

Pocas horas después de ingresar en el ambulatorio, el paciente que fue mordido en una playa del sur de España murió por una enfermedad que los médicos no pudieron catalogar. Al poco se levantó y comenzó uno de los primeros focos de la epidemia del país. Saúl, como los otros habitantes del pueblo, vieron cómo las noticias sobre canibalismo saltaban del norte de África a su propio municipio. Los siguientes días fueron, como en el resto del mundo, una locura. Los vivos tenían que hacer frente a sus muertos recientes sin todavía creerse que los zombis existían y estaban paseando por su barrio. Saúl y su familia se refugiaron en su casa, donde gracias a los víveres y a los paneles solares instalados en el tejado, aguantaron durante semanas, hasta que las defensas de su casa se vinieron abajo. Los zombis entraron en tropel en la casa y Saúl escapó de milagro mientras los gritos de sus familiares se oían por encima del rugido de los muertos y el sonido de los huesos quebrándose. Saúl consiguió seguir adelante no pensando en lo que había perdido. Consiguió mantener alejados los recuerdos de su familia ocupando su mente con los pasos que tenía que dar para salvarse.

La alternativas al parque del retiro no eran muchas. No podía arriesgarse a aterrizar en una carretera, ya que podía haber coches y obstáculos, amén de los muertos, que eran una amenaza constante. El aeropuerto de Madrid-Barajas tampoco era una opción. En los últimos días de la civilización, miles de personas intentaron salir de la capital por avión, de modo que a estas alturas, el aeropuerto sería un enjambre de muertos. La única alternativa relativamente segura que se le ocurrió a Saúl fue el circuito del Jarama. Era un recinto vallado y tenía una recta principal de casi un kilómetro, más que suficiente para aterrizar el avión. Decidió que, tras aterrizar, podría buscar combustible para el avión o encontrar otro medio de transporte. Puso rumbo al circuito mientras veía cómo la luz del combustible empezaba a parpadear.

Tras escapar del carnicería en la que se convirtió su casa, Saúl se refugió en el aeródromo en el que tenía su escuela de paracaidismo. Consiguió llegar allí en bicicleta, sin hacer ruido y de noche. El vallado exterior del aeródromo había mantenido a los muertos alejados. Tras escuchar por la radio de onda larga el mensaje de la base Juan Carlos I, decidió preparar el viaje a Madrid.

El Jarama se se alargaba bajo las alas del avión ligero. No había rastro de actividad zombi a lo largo de las once curvas y tres mil cuatrocientos metros de largo del circuito, lo que llenó de esperanzas al piloto. Tras dar dos vueltas alrededor del histórico trazado, se decidió por comenzar con la maniobra de aproximación. Los novecientos metros de la recta principal le esperaban. Enfiló la recta y comenzó a bajar. Surcaba el aire a ciento cincuenta kilómetros por hora. El avión fue descendiendo lentamente hasta que tocó tierra, con más de quinientos metros de recta por delante. Saúl respiró de tranquilidad. Sólo restaba disminuir la velocidad y lo conseguiría. Justo cuando pasaba a la altura de las gradas, un zombi salió de entre las sombras de las gradas y se quedó en medio de la pista. Saúl giró el timón del aparato pero la hélice del motor destrozó al muerto y lleno el aire de una nube de sangre y vísceras negruzca. El ala derecha rozó la valla de protección y se deshizo como si fuera de tela. El avión perdió el equilibrio y volcó de lado pese a los esfuerzos de Saúl por controlarlo. El avión quedó panzarriba y Saúl, malherido, comenzó a salir por la ventana. Miró hacia un lado y vio el rastro de vísceras y cristales que había dejado el accidente a lo largo de la pista. Mientras miraba el espectáculo, algo le ocultó la luz del sol y le dejó en sombras. Al mirar al frente, se encontró con una escopeta. Una segundo antes de una bala del calibre doce le reventara la cabeza, Saúl recordó a su familia y lloró como tendría que haberlo hecho una semana antes.

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